El pistacho nace del árbol pistachero o alfóncigo, denominado Pistacia Vera, perteneciente a la misma familia que el del anacardo. Sus orígenes se remontan a Asia occidental y Asia menor, donde comenzaron a cultivarse por primera vez en las zonas más secas de Irán, Turkmenistán, Turquía y Afganistán. De hecho, uno de los requisitos para que el alfóndigo produzca sus frutos es que haya sido cultivado en zonas con mucho calor y con ambientes con índices de humedad bajos.
Ya conocido por los egipcios, griegos y romanos, el pistacho atravesó Siria para aterrizar en Italia en el siglo I, extendiéndose más tarde por el mediterráneo.
Hoy en día, este fruto seco ya se cultiva en todo el sur de Europa y el norte de África, además de otras zonas como California, Nuevo México o Austria. Sin embargo, Oriente Medio sigue siendo la cuna del pistacho por excelencia.
Y aunque comer pistachos hoy en día es de lo más habitual, no siempre ha sido así. En sus orígenes estaba considerado como un producto exclusivo de las clases sociales más elevadas. Tanto, que una de las leyendas cuenta que hace más de 3.000 años la reina de Saba quedó prendada de este fruto seco, elevándolo a alimento exclusivo de la realeza, y prohibiéndolo al pueblo.
El pistacho es un fruto con muchas propiedades saludables: por cada 100 gramos, los pistachos cuentan con 594 kcal. Es fuente de fibra, al poseer 6,5 g, además de vitamina A, 25mg; vitamina E, con una cantidad del 5,2 mg; y minerales, tales como el potasio, con una cantidad de 100 gramos, de 811 mg.
En el Día Mundial del Pistacho celebramos que este fruto seco está también indicado para proteger nuestro corazón. Así lo establece la Asociación Americana de Pistacho, que especifica que algunas investigaciones sugieren que la ingesta diaria de pistachos (de 30 a 90 gramos o un 10-20% del total de calorías) podría ayudar a mejorar la salud cardiovascular.